sábado, 9 de abril de 2011
ÁLAMO D'ZUBIA - OH DULCE PLACER - CUENTO
OH DULCE PLACER
Avanzaba la madrugada de aquel día de Marzo. De repente una sinfonía sublimemente hermosa con sus alas orladas de ensueño indescifrable y notas arrobadoras, se adentraban por mis oídos y, estremeciendo las fibras de mi espíritu al posarse en sus reconditeces infinitas, me fue despertando.
Al abrir los ojos pude darme cuenta que aquella deliciosa música era el canto de los pájaros saludando el esplendor de la aurora. Salí de mi lecho dispuesto a tomar mi acostumbrado baño matinal y entonces percibí un aroma tan exquisito que pareció trastornar mis sentidos. Aquel perfume me recordó algo que al punto no pude saber qué era.
Luego del baño y de una sabrosa taza de café caliente, fui por mi recolector y por dos costales, dispuesto a iniciar mi labor de ese día. La extraña y exquisita fragancia aún persistía y es más, aumentaba a medida que caminaba. Me fui sintiendo absorto, pues el espectáculo era extremadamente hermoso. Ese encantador gorjeo, ese perfume siempre más agradable a cada instante y ese inefable color dorado de que estaba impregnado el horizonte, comenzaba a despertar mi sensibilidad de tal manera que me sentía casi fuera de la realidad.
Cuando hube caminado varios centenares de metros, mis ojos quedaron deslumbrados. Me hallé en ese momento mirando al Occidente y lo que vi fue majestuoso. A pocos pasos había extendida una inmensa esmeralda sobre la cual pululaban palpitantes y triunfales millones y millones de albos azahares. Fue entonces cuando comprendí de donde provenía el perfume que desde rato atrás me inquietara tanto. Frente a mí se abría un espléndido cafetal suntuosamente vestido de flores tan puras que revelaban la castidad celestial de la naturaleza.
A la combinación blanca y verde de los cafetos se sumaba otra no menos bella combinación. Más allá, en las cercanías del Cauca, una blanquísima sábana bordada en nieve se extendía por toda la planada, dejando al descubierto solamente las cimas de pequeñas colinas allí existentes. Yo estaba como embrujado.
Miraba hacia el horizonte, hacia los planes, hacia el cafetal. Aspiraba los perfumes, escuchaba los gorjeos y, como para completar aquel cuadro de insuperables fantasías, mostró más linda que nunca su cara el sol. Ante tal hechizo, tímida pero regocijadamente, sonreí.
Dime lector: Ante semejante collar de bellezas ¿no te sentirías de súbito entre un edén divinificado?.
En aquellos instantes de sublimidad, de magnificencia y de divinidad, sentí el más dulce placer deseado y pude concluir: "En la esencia de tanta plenitud vive alguien: DIOS
ÁLAMO D'ZUBIA. Marzo 3 de 1983
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