sábado, 11 de junio de 2011
ÁLAMO D'ZUBIA - CUENTO - PRODIGIO DE LOS TRINOS
PRODIGIO DE LOS TRINOS
Cuando advirtió que la tarde se vestía de tristeza y de misterio, cerró los ojos. Se sumió en una congoja tan profunda que, parecía inaccesible a cualquier ideal humano. Masticó su dolor con despecho y con rabia. Más que hombre parecía una fiera ultra - sideral acorralada en un pozo oscuro. De sus labios brotó un murmullo que sonó a canción macabra o tal vez a desesperación sin fondo ni fin. Abrió los ojos y éstos, como palomas montaraces se le perdieron en el abismo azul que tantos sueños de tantos hombres se ha tragado desde su indefinible existencia. Se levantó con lentitud, y con igual parquedad encaminó sus pasos por un sendero que se le antojó imaginario, inmaterial, irreal. Le arrancó una hoja a un cetrino guamo y con ella enjugó la salobre perla de una lágrima que subió a sus ojos. Fijó sus ojos en una diminuta hormiga negra. Sonrió. Y, en aquella leve mueca fulguró un dolor de estrella herida. Siguió caminando igual de lerdo que antes. El crepúsculo lo miraba y en los destellos de sus ojos hechizados parecía mostrar satisfacción por la amargura de aquel pobre e insignificante errante. Un vientecillo, con sus tibios dedos acarició su frente. Él, con desdén quiso estrangularlo con sus manos, mas sólo logró casi llorar al ver frustrado su estúpido intento. Se dejó caer junto a un somnoliento sauce. Cerró una vez más los ojos, pero ahora anhelando dormir para siempre.
Largo rato había pasado desde que había caído bajo el viejo sauce cuando para sí, murmuró:
-¿Cuál es el camino DIOS mío?.
Se levantó despacio y miró al cielo. Sus ojos por primera vez en muchos años, se incendiaron destellando alegría.
-El poema de DIOS estoy recitando!. - Dijo al ver la comarca sideral, iluminada con gran cantidad de broches brillantes.
-Prestadme os pido - exclamó con ansiedad - siquiera sea una de vuestras antorchas mágicas para buscar un sendero que desde el instante en que dejé de ser niño he perdido.
Toda su dicha duró sólo un instante, pues cuando era su sonrisa más amplia y su mirada más ávida, un oscuro telón, halado por invisible mano, saboteó la comunicación de su espíritu con las lejanas luminarias que desde hacía muchos años no le maravillaban. Increpó furioso al numen celoso que inspiró o realizó tal saña y detestó su suerte preñada sólo de frías quimeras.
Despreocupado volvió a caminar por esos campos sin nombre y un bosque cuajado de burdas ideas le pareció su mente. Sintió odio por su sangre roja y caliente que le mantenía vivo en este mundo inclemente. Mas le faltó valor para secar su manantial vital. Un cedro frondoso, envuelto igual que él por las tinieblas nocturnas, miró conmovido el llorar de tan miserable criatura.
Pasaron las horas una tras otra. Él vegetaba, sólo vegetaba. Parecía dormir pero no más vegetaba. Y preguntaba:
-¿Cuál, D I O S mío, es el camino?
Se fue entonces sumiendo en apacible sueño cuando ya casi llegaba AURORA a saludar con su reluciente lenguaje al cosmos y a la tierra. Fue así que, de pronto pudo escuchar los trinos, y por primera vez entendió su idioma.
-¿Cuál es el camino? ¿Me lo podréis enseñar? Mirad que me hallo perdido en mitad del cosmos. Mirad que vivo aferrado a una búsqueda infructuosa. Mirad que hay una estrella intocada a la que poseer me resulta imposible. - decía todo esto a los trinos con tono que traslucía sus tedios.
Y los trinos, tras sus ecos finos y dicharacheros llegaron a sus oídos y en coro decían así:
-No es imposible esa estrella ni para tí ni para nadie. Mas bien es el hombre quien resulta imposible para ella. Aprende que si el A M O R a la par con la paz te obsesionan debes primero ser tú, propiamente tú, A M O R y Paz.
Despertó súbitamente y dijo muy quedo:
-A M O R y Paz, esas son las cosas más bellas que ambiciona el hombre. Mas, cuando está a punto de alcanzarlas, con su proceder insensato las asusta, entonces huyen despavoridos, dejándole siempre las manos vacías y condenado a continuar nutriéndose del amargo dolor del mundo y de sus propios desatinos.
ÁLAMO D'ZUBIA. Diciembre 6 de 1983.
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